VACIONES EN MÉXICO. 5ª PARTE: MÉXICO D.F.
Era día 15 de Septiembre del 2010. El día más esperado por todos los Mexicanos. Hace 200 años comenzó el proceso por el cual lograrían independizarse de España, el proceso por el cual adquirirían una identidad propia, mezcla de las antiguas culturas prehispánicas y de las normas y costumbres impuestas por la colonización española (como puede ser la imposición de la religión cristiana). Llegamos a la estación de autobuses tras un viaje de unas 11 horas de duración. Paola y yo decidimos esperar un poco en la estación a la llegada de Ignacio y Santiago, los hermanos Izquierdo. Para desgracia de éstos, o no, durante sus primeros días en México DF llovía tanto que decidieron seguir su viaje por Oaxaca y dejar la visita del DF para el final de la estancia de Santiago en México. Afortunadamente, durante esos días de visita de la capital del país, pudimos coincidir los 3 para celebrar la fiesta patria en el Zócalo, el centro de la capital. Durante el desayuno en la estación quedamos en esto, en ir al Zócalo. Ellos irían nada más instalarse en su hotel. Yo iría después, primero quería ir de compras para llevarme algunas cosas para España. Paola me iba a acompañar a comprar en el mercado de la Merced, famoso por la enorme cantidad de prostitución que existe en sus aledaños, y por el bajo coste de los servicios de éstas (20 pesos, que es poco más de un euro, según me dijo Paola, pero no llegué a confirmarlo cuando pasé al lado de decenas y decenas de prostitutas que ocupaban gran parte de una calle atestada de gente, tiendas y más gente). Según Paola es un sitio peligroso, pero a mí no me lo pareció. Ella no nos iba a acompañar en los festejos del Zócalo porque no se sentiría cómoda en un lugar atestado de gente, ¿o sería por que le avergonzaría estar rodeado de españolitos?.
Bueno, las compras fueron un poco agobiantes, debido al escaso espacio vital existente entre los puestos, al gran aglomeramiento de la gente, a ese nerviosismo previo a una celebración importante, al tráfico... Debido a ésto, y a que no encontramos los llaveros de los que en su momento me habló Paola estando en Manzanillo a punto de comprarlos alegando que en el DF eran más bonitos y baratos, sólo me dió tiempo para comprar regalos para hembras. Aunque también compré unos dulces, unas chuches picosas, flores de jamaica, salsa valentina y nada de tequila, debido a que la ley seca no permitía su venta. Sí, han oído bien, ley seca, que duró desde el 15 al 17, ambos inclusive, por motivos de seguridad. Pero... si uno sabe que va a haber ley seca, se puede abastecer los días previos. En fin, cosas que pasan en México. Pues tras toda una mañana de compras y una comida copiosa, cargué la mochila de Paola a más no poder y nos fuimos cada uno para un lado. Ella a casa de su mamá, cargada hasta arriba con mis cosas. Yo al zócalo, con una bolsa de chetos (gusanitos gigantes algo picosos, pero no mucho). Bueno, no era una bolsa, era un bolsón, más o menos del tamaño de un pack de 4 botellas de pocacola de 2 litros cada una. Mientras me dirigía al zócalo, por una avenida desierta de coches y plagada de policias, militares, cadetes (desarmados, lo cual no sé que utilidad tiene en caso de emergencia) y prostitutas, mi celular sonó. El calor era sofocante. Yo camina algo apurado. Leí el mensaje. Los izquierdo necesitaban agua. Seguí andando. No encontraba donde comprar agua. Seguí andando. Pregunto cómo llegar al zócalo a un militar. El no sabe. Pregunto a otro. El sí. Me indica. Sigo andando. Hace calor. Encuentro donde comprar agua. La compro. Continuo mi camino y llego al primero de los controles. Me dejan pasar sin más. Veo una cola hacia la salida y me extraño, pero como no tenía ganas de pensar continuo. Mierda. Después de andar una cuadra (manzana) me encuentro con el segundo control. Hay que hacer cola para entrar (o formarse, como dirían los mexicanos). Ando en busca del fin de la cola. Está a dos cuadras y media. Tras esperar un rato, constato que cola de salida no es la cola de salida, sino un loop para entrar. Es decir, es como ir y volver al mismo punto pero teniendo que aguardar a que la gente de adelante avance. Afortunadamente no tardó mucho en avanzar. Eso sí, las calles siguen plagadas de personal de las fuerzas del orden. Cuando logro empezar a entrar me cachean. No llevo nada peligroso. Después tengo que esperar otra cola para pasar por uno de los no sé si 15 o 20 detectores de metales que hay instalados. Un cartel indica que está prohibido meter banderas, bebidas alcohólicas, petardos, armas y no sé cuantas cosas más. Afortunadamente mis únicas armas son una botella de agua y una bolsa gigante llena de chetos (que es como lo llaman los mexicanos). Tras lograr entrar, me doy cuenta de que encontrar a mis compatriotas puede ser complicado. Me sitúo en un lugar fácil de localizar y procedo a contactar con ello vía celular. Siguen en el Burguer King, avituallándose. Espero. Cuando ellos están cerca me informan de sus coordenadas. Yo, como experto en geolocalización, me pongo de puntillas y empiezo a otear al nivel de esa línea formada por las cabezas de la gente localizadas a mayor altura. ¿Por qué?. Por que a ese nivel es donde espero encontrar una cara conocida. Mi instinto no falla. Los encuentro. Me ven. Me acerco a ellos. Curiosamente hay un radio de 3 o 4 metros alrededor de ellos donde no existe humano alguno. Creo que ya se han dado cuenta de que somos unos infiltrados. Tras esperar a que terminaran de comer nos fuimos a una posición aventajada, entre medias de los dos escenarios principales.
La verdad es que no sé cómo comenzó todo, pero de buenas a primeras, empezaron a lanzar unos objetos alargados y blancos de multitud de los rincones de la plaza. Al principio era en la lejanía, pero poco a poco la lluvia de dichos objetos se acercaba a nosotros. ¿Qué serán?. Cuando supimos lo que eran, ¡queríamos uno!, ¡uno para cada uno!. Eran unos ponchos de plástico que contenía unas luces de esas que tienen varias posiciones de intermitencia. Entonces montamos guardia a la espera de que las presas pasaran cerca de nosotros. Fue una locura. Cuando una barra blanca se acercaba a nuestra zona siempre había alguien más atento o mejor colocado que nosotros que nos arrebataba tan preciado premio. Y en muchas ocasiones ese alguien era la misma persona, un joven que venía con toda la familia y que estaba cogiendo lucecitas para todos. Hubo quejas por parte del sector español. Él reía y seguía a lo suyo. A mí se me escaparon un par de las manos, por lo que sufría las quejas y humillación de Santi e Ignacio y alguno más que se unía a ellos. Al final le dije al joven atrapalotodo que le daba chetos si me conseguía una. No hubo suerte. Pero su familia consiguió los chetos. El gran tamaño de la bolsa y su contenido nos hizo afamados por las cercanías, eramos los chicos de los chetos. Hubo gente que los pedía a gritos. Se les fueron concedidos.
La verdad es que la gran parte de los espectáculos que se habían organizado hasta las 22 horas no eran dignos de la ocasión, y excepto los lanzamientos de lucecitas y otro momento culmen en el que todos acabamos sentados en el suelo, lo demás no animaba mucho. Quiero decir con esto, que si no llega a ser por el ambiente y el público en general, hubiera sido un poco coñazo. Y el momento ese culmen en el que acabamos sentados se debió a que el populacho vitoreaba al unísono "Que se siente, que se sienteee", y si no te sentabas... podía pasarte de todo. Hubo una chica, a la que llamaré "La de Blanco", que a pesar de que todos la gritaban para que se sentaran, rozando incluso la falta de respeto, se mantuvo en sus trece y no flexiono las rodillas ni un milimetro. Yo no daba crédito a la situación y no podía para de reir. El resto de personas temíamos levantarnos, y tuvimos que aguantar los adormecimientos y malestares surgidos de malas posturas.
La verdad es que no sé cómo comenzó todo, pero de buenas a primeras, empezaron a lanzar unos objetos alargados y blancos de multitud de los rincones de la plaza. Al principio era en la lejanía, pero poco a poco la lluvia de dichos objetos se acercaba a nosotros. ¿Qué serán?. Cuando supimos lo que eran, ¡queríamos uno!, ¡uno para cada uno!. Eran unos ponchos de plástico que contenía unas luces de esas que tienen varias posiciones de intermitencia. Entonces montamos guardia a la espera de que las presas pasaran cerca de nosotros. Fue una locura. Cuando una barra blanca se acercaba a nuestra zona siempre había alguien más atento o mejor colocado que nosotros que nos arrebataba tan preciado premio. Y en muchas ocasiones ese alguien era la misma persona, un joven que venía con toda la familia y que estaba cogiendo lucecitas para todos. Hubo quejas por parte del sector español. Él reía y seguía a lo suyo. A mí se me escaparon un par de las manos, por lo que sufría las quejas y humillación de Santi e Ignacio y alguno más que se unía a ellos. Al final le dije al joven atrapalotodo que le daba chetos si me conseguía una. No hubo suerte. Pero su familia consiguió los chetos. El gran tamaño de la bolsa y su contenido nos hizo afamados por las cercanías, eramos los chicos de los chetos. Hubo gente que los pedía a gritos. Se les fueron concedidos.
La verdad es que la gran parte de los espectáculos que se habían organizado hasta las 22 horas no eran dignos de la ocasión, y excepto los lanzamientos de lucecitas y otro momento culmen en el que todos acabamos sentados en el suelo, lo demás no animaba mucho. Quiero decir con esto, que si no llega a ser por el ambiente y el público en general, hubiera sido un poco coñazo. Y el momento ese culmen en el que acabamos sentados se debió a que el populacho vitoreaba al unísono "Que se siente, que se sienteee", y si no te sentabas... podía pasarte de todo. Hubo una chica, a la que llamaré "La de Blanco", que a pesar de que todos la gritaban para que se sentaran, rozando incluso la falta de respeto, se mantuvo en sus trece y no flexiono las rodillas ni un milimetro. Yo no daba crédito a la situación y no podía para de reir. El resto de personas temíamos levantarnos, y tuvimos que aguantar los adormecimientos y malestares surgidos de malas posturas.
Y si algo se caracterizan los mexicanos puede que sea por su sinceridad, y si no que le digan al pobre presentador del show qué tal se siente al se abucheado cada vez que salía al escenario. Es más, se había compuesto una especie de himno para el bicentenario, pero la gente en vez de eso cantaba el cielito lindo. Supongo que bastante le sometimos en su momento los españoles como para que ahora unos cuantos compatriotas les obligaran a cantar una canción un poco... fea, la verdad.
Y afortunadamente, tras una espera amenizada más por la gente que por los espectáculos preparados para la ocasión, llegaron las 10 de la noche. A partir de ese momento sólo quedaban 60 minutos para el tradicional acto del grito, y esos 60 minutos fueron espectaculares. Lo primero fue la conexión con televisiones de todo el mundo, durante la cual la mayor parte de la gente nos enfundamos nuestros ponchos y encendimos nuestras luces para festejar lo poco que quedaba para el grito. En ese momento se nos apareció Jesús a pocos metros, ¡ah no!, disculpen, parecía algún ser místico, pero realmente era un hombre que se había rodeado la cabeza de linternas a modo de corona y al cual había izado mientras el mantenía los brazos abiertos en forma de cruz. Si es que... gente zumbada existe en todos sitios. Además, empezó a llegar al Zócalo ese desfile que poco antes veíamos en las pantallas por las grandes vías del DF, donde todavía era de día mientras que en el Zócalo anochecía. La verdad es que estaba curradísimo todos los artefactos y disfraces que desfilaron, siendo los más impactante una serpiente emplumada gigante (echa de plástico y mucho aire) y el coloso, una estatua de Zapata de no se cuantos metros de altura (¿30?¿40?¿50?) que fue llevada a cachos para luego ser montada en el zócalo. Si alguien quiere ver imágenes de ésto puede buscarlas por la red o dirigirse a www.ignacioizquierdo.com, donde espero que dentro de poco Ignacio ponga algunas fotos. Yo no hice ni muchas ni buenas fotos porque por motivos de seguridad (o inseguridad) me llevé la cámara pequeña y la verdad es que no era la más adecuada para la ocasión, pero para eso tenemos a Ignacio y Santi.
Una vez que llegó el desfile y se levantó a Zapata, llegaba el momento álgido, ¡EL GRITO!. El presidente de la república mexicana hizo acto de presencia en el balcón principal del Palacio Nacional. Tocó la campana y comenzó su breve discurso, que básicamente era vitorear a una serie de héroes nacionales, a la independencia, al bicentenario de la independencia y a México (por tres veces). Impresionante la sensación, después de cada "Viva...no se quién" del presidente todo el mundo gritaba "¡VIVA!", y uno notaba como el sonido retumbaba, cómo el Zócalo se quedaba pequeño (a pesar de ser una de las plazas más grandes del mundo), cómo la gente estaba orgullosa de su país, cómo se emocionaban. Además, con cada "Viva México" tanto el presidente como la gente gritaba más y más fuerte, y tras ese momento de máximo apogeo, la gente empezó a gritar de alegría y a celebrar la victoria, esa victoria que se gestó hace dos siglos y que les hizo tener una identidad propia y muy peculiar, tanto al país en general como a las personas.
Después de este emotivo acto, el presidente se retiró y comenzó un espectáculo de fuego sobre el Palacio Nacional, acompañado de música y fuegos artificiales. Luego le siguió más fuegos artificiales, esta vez desde la Catedral, en cuya fachada se proyectaban imágenes de motivos típicos de México.
Una vez que llegó el desfile y se levantó a Zapata, llegaba el momento álgido, ¡EL GRITO!. El presidente de la república mexicana hizo acto de presencia en el balcón principal del Palacio Nacional. Tocó la campana y comenzó su breve discurso, que básicamente era vitorear a una serie de héroes nacionales, a la independencia, al bicentenario de la independencia y a México (por tres veces). Impresionante la sensación, después de cada "Viva...no se quién" del presidente todo el mundo gritaba "¡VIVA!", y uno notaba como el sonido retumbaba, cómo el Zócalo se quedaba pequeño (a pesar de ser una de las plazas más grandes del mundo), cómo la gente estaba orgullosa de su país, cómo se emocionaban. Además, con cada "Viva México" tanto el presidente como la gente gritaba más y más fuerte, y tras ese momento de máximo apogeo, la gente empezó a gritar de alegría y a celebrar la victoria, esa victoria que se gestó hace dos siglos y que les hizo tener una identidad propia y muy peculiar, tanto al país en general como a las personas.
Después de este emotivo acto, el presidente se retiró y comenzó un espectáculo de fuego sobre el Palacio Nacional, acompañado de música y fuegos artificiales. Luego le siguió más fuegos artificiales, esta vez desde la Catedral, en cuya fachada se proyectaban imágenes de motivos típicos de México.
Y tras todo este gran espectáculo un ejército de chaparritas con escobas empezaron a limpiar toda la plaza de porquería y, no sé si a drede, de personas, que iban desalojando la zona con mayor efectividad que si la propia policia hubiera sido el brazo ejecutor del desalojo. Nosotros nos fuimos a un bar a tomar unas cervezas y poco más, ya que al día siguiente algunos tenían un día de visita de pirámides y otro tenía que prepararse para regresar a España.
La verdad es que fue un día muy intenso y cargado de emociones y sensaciones. No sé si existe una forma mejor de despedirse, por el momento, de un país como México.
¡¡¡VIVA MÉXICO!!!
La verdad es que fue un día muy intenso y cargado de emociones y sensaciones. No sé si existe una forma mejor de despedirse, por el momento, de un país como México.
¡¡¡VIVA MÉXICO!!!